A  medida que nosotros vamos asumiendo nuestra vida adulta, vamos aceptando que tendremos que vivir toda nuestra vida en contacto con la realidad que está alrededor nuestro, independientemente de cómo sea esta realidad, si es agradable o no lo es. Y la única posibilidad de que ese entorno no acabe por destruirnos y gobernarnos a su voluntad, es encontrar cuál es nuestro propio centro de pensamiento y evaluación de la realidad.

Uno puede pensar, o puede no pensar, uno puede aceptar o puede vivir en la ilusión, en la fantasía de generarse una realidad que está muy distante de lo que realmente está pasando con nosotros. Y esa posibilidad de encontrar el propio centro de pensamiento, la podemos lograr apoyándonos en dos pilares fundamentales: uno es comenzar a creer en nosotros mismos, a dejar de lado esos mensajes devaluatorios, que por distintos motivos, venimos recibiendo quizás hace años, y otro de los pilares fundamentales es escuchar y respetar cuáles son nuestras señales interiores.

Sólo de esta manera, vamos a poder ser capaces de relacionarnos con el mundo que nos rodea, con convicción, con firmeza y también con sentido de responsabilidad. Porque en definitiva, cuando por cualquier motivo nosotros  permitimos que se nos invada, permitimos que se nos devalúe, permitimos que se destruya nuestra autoestima y permitimos que lleguemos inclusive hasta perder la identidad, sin saber por qué exactamente estamos haciendo eso, estamos actuando con falta de responsabilidad para con nosotros mismos. Y tenemos que tener claro que si no orientamos nuestra vida a través de nuestra propia manera de pensar, y para eso hay que ABRIR LA MENTE, van a ser otras personas u otras circunstancias que lo van a hacer por nosotros.

Siempre hay alguien que está al acecho para tratar de aprovechar esa vulnerabilidad que por momentos todo ser humano tiene en la vida por distintos motivos. Uno tiene que convencerse que las dudas sobre nuestra misión en la vida y los roles que tenemos que asumir pueden de hecho, y muchas veces lo hacen, sumirnos en cuadros de angustia, de ansiedad, inclusive de depresión. ¿Por qué? Porque son muchas las responsabilidades, muchas las cosas que tenemos que hacer para que todos los demás estén bien. Y nunca hay un espacio, nunca hay un lugar para que nos pensemos a nosotros mismos. Y el objetivo del crecimiento personal, a lo largo de la vida, debe ser en primer lugar lograr la autonomía que inevitablemente nos va a conducir a adoptar una determinada posición ante la vida, personal, intransferible, que se va a convertir en un instrumento indispensable para poder desarrollarnos de una manera creativa y poder efectuar cambios positivos que nos acerquen a permitirnos transitar, ni más ni menos, que por el sendero de la libertad. Hacer lo que yo entiendo que tengo que hacer, siempre y cuando no esté lastimando a otros, siempre y cuando no esté infringiendo las leyes que rigen el ordenamiento de una sociedad a la cual integramos. ¿Y cuáles son las claves de referencia que tú tienes que tener para lograr estas metas que son tan fundamentales? En primer lugar tienes que ser independiente en tu derecho a elegir y tomar decisiones respecto a cómo piensas, cómo opinas y cómo te fijas metas, apoyada en lo que emerge del centro mismo de tu persona y que responde a tus deseos y a tus necesidades de hoy. Deseos, necesidades y convicciones más íntimas, en lugar de guiarte por los deseos de los demás. Esto significa ni más ni menos que enarbolar la bandera de la libertad interior, que te conduce a reconocer y aceptar que el resto del mundo tiene el derecho y la libertad también de no pensar como nosotros y que de la misma forma tú tienes también el derecho de no pensar como el resto de la gente. Tienes que hacer el intento de vivir de acuerdo con tus propios sentimientos, con autenticidad y con sinceridad, despojándote de la imitación o comparación que en forma inevitable nos lleva a querer ser mejor que los demás, pero haciéndonos perder nuestra identidad.

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En ese compararnos  que tenemos los seres humanos hace que nos olvidemos que tenemos que aceptarnos tal como somos, que tenemos que cambiar aquello que hemos descubierto como aspectos negativos de nuestra persona, lo cual nos va a permitir expresarnos con naturalidad y aprender a confiar en la espontaneidad de nuestros estados de ánimo: reír cuando es pertinente y llorar cuando es necesario. Ambas situaciones son válidas en la vida del ser humano. Dejar fluir lo que brota de nuestra fuente interior, intentando no herir o lastimar innecesariamente a quienes nos rodean pero respetar y hacer respetar nuestros derechos, es un ejercicio de libertad, sin dejar de reconocer que nuestros límites también terminan donde empiezan los límites de los demás, pero aprender a decir que NO a las exigencias que consideramos que invaden nuestra privacidad o que son contrarias a nuestras convicciones más profundas sin sentirnos ofendidos o disminuidos cuando los otros, en el uso de su derecho, también nos digan que no a nuestras demandas.

Es curioso, pero una vez que aprendes a decir que NO sin sentirte culpable, obtienes también el permiso para decir que SÍ a aquello que realmente quieres y a estar cerca de las personas y de las situaciones que verdaderamente cuentan para ti y que te hacen sentir bien.

Cada acto en tu vida genera una experiencia válida para el futuro. La suma de ellas hace el diseño de tu persona y te identifica ante los demás. Si tienes que tomar decisiones, recurre primero a tu propia experiencia, aunque luego escuches a los demás. La enorme mayoría de los interrogantes que te planteas a lo largo de tu vida tienen su respuesta en tu interior. Recurre a la enciclopedia de tu existencia. ¡En ella encontrarás el camino a seguir!

                                                                              Dr. Walter Dresel

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Creer en nosotros mismos